Si existiera una FP de Arquitectura, nos comían.
Siempre he admirado a los compañeros de carrera que dibujaban bien. Los he admirado y los he envidiado de forma insana (porque la envidia nunca puede ser sana), sin comprender cómo de unas manos tan parecidas a las mías podían salir esos apuntes, esas acuarelas, esos dibujos al carboncillo... de una forma casi automática, como si fuesen una impresora que transfiere datos al papel, mientras yo tenía que corregir las líneas mal fugadas, rehacer partes del dibujo desproporcionadas o era incapaz de simplificar detalles. Me veía indigno, sin merecimiento para denominarme "estudiante de arquitectura", porque para conseguir un resultado que difícilmente se acercaba a lo que hacían otros, tenía que dedicar buenas dosis de esfuerzo, paciencia, tiempo y resignación. Aún así, en el primer año conseguí aprobar Procedimientos de Expresión Gráfica en junio, pero la cosa no había hecho nada más que empezar. Unos años después, me topé con LA IDEA.
Se volvía a repetir la historia, pero ahora no desde el punto de vista de la reproducción, sino desde el de la creación. En los primeros ejercicios de Elementos de Composición Arquitectónica, y después en la asignatura de Proyectos, una palabra sobrevolaba en cada corrección: IDEA. No bastaba con diseñar un edificio funcionalmente correcto, con una composición de estilo contemporáneo en el que muchas decisiones estuvieran perfectamente justificadas por el uso y el programa funcional (faraónico, en algún ejercicio). Todo tenía que partir de una idea, como si ello fuera capaz de generar líneas que acotaban espacios iluminados por huecos dispuestos de forma magistral.
A mí no se me ocurrían ideas geniales. Y volvía a sentir que podría ser un impostor si llegaban a plasmar mi nombre junto a la palabra Arquitecto en un título oficial que, además, firmaría el Rey. Ese fue el sentimiento durante toda la carrera, la certeza de saber que no sería un gran arquitecto. Porque no dibujaba como un arquitecto, no tenía grandes ideas como un arquitecto, no vestía como un arquitecto, ni escribiría nunca con la erudición que debe hacerlo un arquitecto. Y creo que el problema es que en la escuela te formaban (desconozco si sigue siendo así) para ser algo que, en la mayoría de los casos, nunca llegaremos a ser, grandes maestros de la arquitectura. Además, con profesores que son, en muchísimos casos, arquitectos del mismo montón del que formarán parte los alumnos que no llegarán a ser figuras de la arquitectura.
La idea: esa que se explicaba mediante discursos poéticos perfectamente vertebrados para delirium de algún profesor (y envidia por mi parte), aunque en los útimos minutos de la corrección acabaran explicando el edificio como hacía yo, pero sin un detonante metafísico previo. Al final uno se da cuenta con la experiencia que dan los años que, a la postre, la idea gereradora del proyecto, en la inmensa mayoría de los casos, es el cumplimiento de un conjunto de conceptos que todos conocemos bien: recorrido máximo de evacuación, edificabilidad, altura máxima, presupuesto límite, itinerarios accesibles... Cosas que jamás, al menos en mi caso, se comentaron en las correcciones de proyectos por parte de los profesores, que se centraban en muchos casos en una exposición de conocimientos sobre Le Corbusier, Mies, Aalto... u otros arquitectos contemporáneos, comparando nuestros proyectos de jóvenes estudiantes con apenas dos décadas de vida con los trabajos de las grandes figuras de la arquitectura en su madurez creativa.
Este es un problema al que nos enfretamos al "abrir nuestro estudio". Quizás salgamos formados con capacidad para ser grandes artistas, pero nos falta formación para ser técnicos en el ejercicio libre de la profesión.
Si existiera una FP de Arquitectura, nos comían. Feliz 2023.
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